En el verano de 2021, yo acababa de volver al trabajo después de una baja por maternidad y andaba en la búsqueda de mi siguiente reportaje. Por casualidad, alguien me conectó con una activista para los derechos de los inmigrantes quien me habló de un incendio mortal unos años antes en una casa para trabajadores en una gran granja lechera en el sudoeste de Michigan.
Dos obreros inmigrantes mexicanos habían muerto.
Hasta aquel momento, no había pensado en los inmigrantes que trabajan – y frecuentemente residen – en las granjas lecheras de los Estados Unidos. Soy hija de inmigrantes y crecí en Michigan. Pero mucho de lo que yo sabía sobre el trabajo de los inmigrantes era sobre otras industrias: construcción, fábricas, restaurantes. El trabajo en la industria lechera era terreno desconocido.
Empecé a solicitar documentos relacionados con el incendio, pero pronto otras historias me desviaron del tema. Pasó casi un año hasta que pude volver a enfocarme en aquel incendio y en los temas más amplios que afectan a los trabajadores inmigrantes de la industria lechera. Solicité registros de llamadas al 911 conectadas a algunas de las granjas más grandes de Michigan y otros estados cercanos, como Wisconsin y Minnesota. Los documentos que recibí mostraban una porción sombría de la vida: accidentes horribles, sueldos sin pagar, problemas con alojamientos sobrepoblados y aislamiento extremo. También conseguí documentos de la Administración Federal de Seguridad y Salud Laboral (OSHA por sus siglas en inglés) y percibí lo limitada que es la capacidad de esta agencia para investigar las muertes y lesiones en las granjas pequeñas.
Desde el comienzo, un caso sobresalía: la muerte de un niño nicaragüense llamado Jefferson Rodríguez, que había vivido en una granja lechera de Wisconsin con su padre, un trabajador allí. El informe del sheriff era devastador: al niño lo había atropellado una cargadora compacta, una máquina de 6,700 libras usada para raspar el estiércol de los suelos de los graneros. Solo una agente del sheriff en la investigación del incidente hablaba algo de español. Cuando entrevistó a José, el padre del niño, este estaba casi incoherente. Al final, la agente concluyó que José había manejado la cargadora compacta, y se dictaminó que la muerte del niño fue un accidente.
Pero públicamente se culpó a José. Los medios locales cubrieron lo que ocurrió como si fuera la trágica historia de un inmigrante que accidentalmente mató a su hijo. Pareciera que los reporteros nunca hablaron con José o con cualquiera de los otros trabajadores que estuvieron en la granja aquella noche.
La primera vez que visité Wisconsin, busqué a José. Pasé en auto por delante de la granja donde Jefferson había muerto para hacerme una impresión del lugar, y después me detuve en una zona donde mi teléfono celular tenía recepción y busqué el restaurante mexicano más cercano. Una vez allí, fui directamente a la cocina y pregunté si alguien de Nicaragua trabajaba allí. Me imaginaba que no podría haber muchos inmigrantes de aquella parte de Centroamérica en esa minúscula comunidad un poco al norte de Madison. Por suerte, un hombre del norte de Nicaragua salió y me dijo que alguna vez había trabajado con José en otra granja. Más tarde, durante su descanso para el almuerzo, fuimos a su apartamento y observé cómo envió un mensaje de voz por WhatsApp a José hablándole de mí. José le dijo que podía darme su número de teléfono.
Hasta ese momento, yo presumía que la policía tenía la versión correcta de la historia. Pero en las semanas y los meses siguientes, conocí una versión de los hechos completamente distinta a través de José, su abogada y docenas de inmigrantes de la comunidad: otro trabajador, en su primer día de trabajo en la granja y con poco entrenamiento, había atropellado accidentalmente al niño. Los agentes nunca habían hablado con aquel hombre, que era indocumentado como José.
Por aquel entonces, mi colega Maryam Jameel se unió a mí para seguir adelante con el reportaje. También es bilingüe e hija de inmigrantes. Como reportera de colaboración comunitaria, ha reflexionado mucho sobre cómo encontrar y hacer llegar nuestro periodismo a comunidades de difícil acceso. Sabíamos que escribir sobre la muerte de Jefferson y los temas más amplios que afectan a los trabajadores de la industria lechera sería difícil. Los trabajadores están aislados y a menudo viven en viejas casas o tráileres en las granjas. Habitualmente trabajan de 12 a 18 horas al día y están exhaustos. Y temen perder sus trabajos y viviendas, o ser deportados, si hablan públicamente.
Tardamos meses en persuadir a José, quien estaba metido en una denuncia civil contra la granja por muerte culposa, para que aceptara hablar en una larga entrevista. Lo hizo finalmente una mañana de diciembre de 2022 en un tráiler frío en la granja donde trabaja ahora. Maryam y yo lloramos mientras José describía su decisión de hacer el peligroso viaje a través de Centroamérica y México con su hijo mayor. Una vez en Wisconsin, José y su hijo se instalaron en un cuarto encima de la sala de ordeño, el establo donde se ordeñan a las vacas día y noche. (En una declaración jurada, los dueños de la granja dijeron que los trabajadores solo se quedaban en los cuartos encima de la sala entre turnos o cuando el tiempo era malo. Más de media docena de extrabajadores y visitantes de las granjas nos dijeron que Jefferson, su padre y otros trabajadores vivían allí.)
José nos dijo que sabía que gente en su comunidad creían que él era un padre irresponsable. También estaba desconcertado por su experiencia con la policía; se preguntaba si los agentes no le hicieron preguntas directas sobre el accidente porque sentían pena por él. Aquel día, parecía sentir alivio al hablar, como si hubiera estado esperando que alguien le preguntara qué había ocurrido aquella noche en la granja.
Pasamos meses buscando a personas que hubieran trabajado en la granja, incluido el hombre que había matado accidentalmente a Jefferson. Se había marchado del estado e intentaba empezar de nuevo. Tenía miedo a hablar, pero Maryam – con su manera suave pero insistente – logró convencerl. También entrevistamos a la agente del sheriff que había interrogado a José la noche en que murió su hijo. Descubrimos que había hecho un error gramatical en español que la llevó a malentender lo que había pasado.
Maryam y yo intentamos escribir ese reportaje con matices y empatía. Era importante para nosotras mostrar la humanidad y voluntad de cada persona, especialmente los inmigrantes que entrevistamos, quienes casi nunca se veían como víctimas, pero que viven y trabajan en condiciones que pocos estadounidenses pueden imaginarse para sí mismos.
Después de publicar el reportaje sobre la muerte de Jefferson, continuamos nuestra investigación. Entrevistamos a más de 130 trabajadores actuales y antiguos de las granjas lecheras. Escribimos sobre las consecuencias para la industria lechera de Wisconsin y sus obreros de una ley estatal que prohíbe a los inmigrantes indocumentados manejar. Examinamos el historial errático de la OSHA al investigar las muertes en las granjas pequeñas de Wisconsin y en todo el país. Y escribimos sobre cómo los trabajadores sistemáticamente sufren lesiones en los ranchos —y después son desechados, despedidos y desalojados. Muchos no pudieron conseguir tratamiento para sus lesiones porque las granjas pequeñas están exceptuadas de cumplir los requisitos de compensación laboral del estado.
Y el martes pasado, publicamos un artículo sobre los alojamientos con frecuencia deficientes y sin regular que las granjas lecheras suministran a sus empleados. Como los trabajos en la industria lechera duran todo el año—en contraste con los empleos temporales y estacionales como la recogida de cerezas o tomates—muchas leyes federales y estatales que cubren los derechos de los trabajadores agrícolas, incluidas las normas para vivienda, no se les aplican. Como consecuencia las viviendas provistas por los empleadores en las granjas lecheras normalmente no se inspeccionan.
Lo cual me trae de vuelta al incendio mortal en la casa del sudoeste de Michigan que dejó a dos trabajadores inmigrantes muertos en la madrugada del 25 de abril de 2018.
Recientemente, desenterré la carpeta verde de una pulgada de espesor donde había guardado los documentos que había empezado a juntar en el verano de 2021. El empleador de los trabajadores, Riedstra Diary, suministró alojamiento a los dos hombres que murieron y a media docena más en una casa a pocas millas de distancia de la granja en el pueblo de Mendon, según los archivos.
Como los trabajadores lecheros no entran en la definición del estado de obreros migrantes, el programa estatal de vivienda para mano de obra migrante no tenía la obligación de inspeccionar la casa. Así que no se había inspeccionado, según una portavoz del Departamento de Agricultura y Desarrollo Rural de Michigan.
El departamento de bomberos local investigó el incendio, así como la policía del estado de Michigan. Ninguno pudo determinar la causa.
En una entrevista telefónica, el dueño de la granja me dijo que un tercero inspeccionaba rutinariamente la casa y que pocas semanas antes del incendio había comprobado que los detectores de humo y monóxido y los extintores de incendios funcionaban. “Queremos que nuestra gente esté segura,” me dijo.
Releyendo los documentos otra vez, recordé cómo se sentía volver a empezar un nuevo proyecto, aprendiendo sobre las vidas y las muertes de la gente quien, como dijo una socióloga, están “ordeñando en las sombras” de la Tierra de la Leche de los Estados Unidos.
Los hombres murieron por inhalación de humo; probablemente estaban durmiendo en el momento del incendio. Los otros estaban o trabajando un turno de 12 horas o haciendo sus compras en un pueblo cercano. Uno más tarde le dijo a la policía que mientras volvían de la tienda, se encontraron “siguiendo a un camión de bomberos y entonces se dieron cuenta que era su casa la que se estaba quemando,” según un informe.
Después del incendio, la Cruz Roja Americana local suministró fondos y alojamientos de emergencia para cubrir las necesidades inmediatas. El consulado mexicano en Detroit ayudó a organizar el traslado de los cadáveres a su tierra natal.
Un funcionario del consulado que entrevistó a los sobrevivientes me alentó a seguir investigando sobre los temas más amplios que afectan a los obreros inmigrantes de las granjas lecheras. “Son realmente la gente más vulnerable,” dijo. “Y es realmente muy difícil que alguien te vaya a declarar que tuvo un accidente o algo irregular, sea por miedo que tenga con el empleador que tome una represalia. No quieren perder sus trabajos.”
Maryam y yo todavía estamos terminando algunos artículos para nuestra serie “Peligro en las Granjas.” También estamos armando un manual en español para los trabajadores en Wisconsin que sufren lesiones en el trabajo, y estamos siguiendo unas pistas sobre abusos y racismo en las granjas lecheras.
Después de eso, quisiéramos examinar más ampliamente otros posibles reportajes para investigar este año en la intersección de asuntos laborales e inmigración. Si usted tiene alguna idea, nos encantaría escucharla. Envieme un correo electrónico, [email protected], o comuniquese por telefono o WhatsApp al 872-444-0011.
Traduccion por Carmen Mendez.